Todas las formas de su propia forma
Hace unos
años que siento que cuando escribo, pinto y que cuando pinto, escribo. Son
distintas formas de la misma energía creativa. Por eso me propuse habitar esa
zona de intersecciones donde fueron naciendo símbolos como parte de un lenguaje
personal, una escritura codificada o bien imágenes escritas. Según Carl Jung el símbolo es la mejor representación posible de algo que desconocemos
pero que aun así se reconoce como existente. El símbolo podría ser entonces el
cuerpo de la sombra. Es la manera en que la sombra, casi siempre huidiza,
emerge y se manifiesta.
Mi pregunta sobre las formas y sus límites se remonta a mis
primeras pinturas de la serie de los Aguafiestas. Los monstruos nacían del juego matérico y proliferaban por años. Existían al amparo del
borde la figuración, una ambigüedad que les otorgaba impunidad. Apenas empecé a
mostrarlos noté que no eran tan inocentes como yo creía y que muchas veces
asustaban. Ese descubrimiento me llevó a preguntarme ¿Es la
imposibilidad de identificación una forma de monstruosidad? ¿Es lo mismo ver la
imagen de un monstruo que la monstruosa imposibilidad de ver alguna cosa? ¿Hay
formas que ofenden? Estas preguntas derivaron
en una tesina de grado.
En la serie de dibujos y grabados “Nunca es el
mismo río” también analizo la forma. Me inspiró la frase atribuida al filósofo Heráclito de
Efeso, “no se puede bañar uno dos veces en el mismo río” aludiendo a la idea de
que el mundo nos ofrece una realidad sometida al cambio. Paralelamente trabajé
con el siguiente eufemismo del poeta Almafuerte: “Como se filtra el agua a
través de las piedras, así discurre tu vida por entre las mil circunstancias
inesperadas que brotan a tu alrededor”. Asocié estas frases que relacionan la
idea del cambio con el río, sustancia amorfa que va tomando la forma del
terreno en su continuo fluir, a la vez que dicho contexto va variando en un
eterno devenir, retroalimentando el proceso. La vida misma es asociada al agua,
ya que fluye temporalmente día a día a su vez que emergen nuevas situaciones, a
veces inesperadas, que moldean nuestra identidad y marcan nuevos caminos (al
igual que el cauce de un río). El agua es vida que nos atraviesa, nos fragmenta
y nos vuelve a unificar pero ya inevitablemente desde un nuevo ángulo, resignificando
todo a su paso. Así, mi retrato que es la imagen inicial de esta serie aparece en sus múltiples versiones de
fragmentación y síntesis hasta
quedar apenas un rastro del origen, una huella como un límite posible de lo indivisible,
de mi propia forma elemental. ¿Cuántas veces y de cuántas maneras puede una
imagen transformarse y aun así mantener su identidad? ¿Qué permanece? ¿Qué
desaparece para ya no volver?
La pregunta sobre los límites es una búsqueda
de identidad. El instante mismo de transformación es una zona de excepción, un
estado entre paréntesis. Luego quedan las formas, las nuevas, las viejas... Los
límites de lo que podemos sentir, pensar, experimentar son los límites de
nosotros mismos. ¿Esos límites son imaginarios o reales? ¿Qué forma tiene el
territorio del Ser? De mi ser.
Ahora entiendo, luego de tantos años, que el
motor de mi creación artística fue siempre la búsqueda de mi propia forma. Mi identidad.
En la primera instancia de producción la búsqueda era interna, una exploración
de las profundidades del inconsciente, automatismo y materia armaban historias
que eran puro descubrimiento. Ahora me vuelco hacia afuera, me expando y me
libero de los monstruos. Comienzo a percibirme sin temor. Los monstruos se
transformaron en símbolos, elementos de un lenguaje personal que expresa multívocamente.
Los símbolos son los elementos últimos del
rito. El rito del arte es transformación. Si todo comienza siendo informe, el
caos inicial luego es fragmentario, divisible, nombrable, entendible. La razón
avanza mientras la intuición no calla, espera en la sombra el momento del
símbolo. Aquello indefinido y existente. Lo desconocido hecho piel. Hecho
cuerpo, materia. Se vuelve a la unidad infantil desde la experiencia de lo
fragmentario. Se vuelve a la unidad porque nos protege, nos asegura que no
estamos solos, que pertenecemos a lo suelto, a lo libre, que podemos expandirnos
para ser una sola forma, un todo, lo uno. Las montañas, las piedras, los
animales, las personas, las casas, el agua, las calles, las nubes, los
planetas, el aire también soy yo.
Todas las formas de mi propia forma.
Jusa 2016
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