Oda a la pluma de vereda

Hace años que tomo las plumas de las veredas. Me parece un acto cruel o incluso un mal presagio pasarles por arriba. Por otro lado tampoco puedo ignorarlas. Es una parte caída de un cuerpo, algo que no esta de más pero es, sin embargo, prescindible. Es la evidencia del striptease de un pájaro o de una herida de pelea en pleno cortejo de apareamiento. En cualquier caso, pisarlas sería matar una ilusión, una promesa. Como si juntar todo eso pudiera darme alas y llevarme lejos de estas veredas.

En el apuro perdemos de vista a las plumas de vereda. Solo parece importarnos esquivar algún sorete o un chicle molesto. Trascender, ser queridos o encontrar a Dios no es más importante que salvar a las plumas de vereda de un zapato indiferente.

Esto es una reivindicación, una oda a la pluma de vereda. Suelta, liviana, danzó con el viento para no terminar bajo un zapato. No es un digno final para tan noble instrumento. Piense en la poesía, piense en el blues, en los besos enamorados y en el jugo de maracuyá. 
Y entenderá lo que le digo.

Jusa

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